Esta noche mi sueño ha comenzado en una vereda de la parte alta de Hidra. Los primeros rayos del sol se acercaban a las aguas de color turquesa que rodean la isla; y a lo lejos, se divisaba un velero que navegaba rumbo al puerto. Me sentía bien, el aire era muy puro y la brisa del amanecer acariciaba mi rostro. Sobre una camisa blanca, vestía un chaleco de color rojo y de tal guisa encaminé mis pasos hacía una cala, algo alejada del casco urbano. Se trataba de una pequeña playa en la que había una vieja taberna, llamada Castro, con cuatro mesas destartaladas en su exterior, vestidas con manteles de papel blanco. Me senté junto a una de las mesas y permanecí un gran espacio de tiempo con la mirada fija en las olas al llegar a la orilla; me llamaba la atención ver que se acercaban con cierta violencia para terminar su ciclo con suavidad, desvanecidas sobre la arena. El tabernero, un señor con cara de sabio, de barba blanca con una camisa gris estilo Mao, se me acercó despacio y me...