Citas con polaroid en la Cafetería Florida



A sus vaqueros de marca y al enorme jersey cuyas mangas cubrían sus manos, Laura había añadido una chaqueta de piel de zorro que tomó prestada del armario de su madre, para verse más elegante, así como una gorra vaquera que usaba desde la operación para disimular su cabeza rapada. Subió el escalón de mármol blanco que daba entrada a la Cafetería Florida, abrió la pesada puerta de cristal y pasó a su interior.
Se trataba de una cafetería elegante: tres lámparas de araña colgaban de su techo; el suelo era de un impoluto mármol blanco, cuya antigüedad era delatada por los pequeños piquetes hechos con tazas caídas a lo largo del tiempo; los camareros vestían de uniforme: pantalón de vestir de color negro,  camisa blanca, chaleco color verde botella y una pajarita negra; la barra estaba situada a la izquierda y combinaba de un modo muy elegante madera noble, piel y un mármol rosado con vetas negras y grises que invitaba a fijar la vista en él y perderse en pensamientos profundos.
Laura, tras un primer vistazo, vio al chico con el que había quedado para tomar café. La cita la había organizado Fifa, a la que ella llamaba su supermejor amiga. El chico, bastante agraciado, había colocado sobre una de las sillas una gruesa carpeta-archivador decorada con motivos deportivos: por una de las caras,  recortes de fotografías de las estrellas de la NBA de aquellos años: Michael Jordan, Magic Johnson y Larry Bird; y por la otra, un recorte del Diario Marca con la fotografía de Emilio Butragueño bajo el titular: El héroe de Querétaro.
Al acercarse Laura a la mesa, el chico se puso en pié y la saludó con tanta torpeza, que ante las dudas sobre si debía dar uno o dos besos, al final le dio uno y medio y este último quedó suspendido en el aire. Laura se había preparado bien para la ocasión; la había visualizado mil veces, y por esa razón decidió ser quien rompiera el hielo:
      Me ha dicho Fifa que eres una chico muy majo.—Él sonrió y fijó su vista en ella para examinar a la chica con la que había aceptado tener una cita a ciegas. Ella se percató y no tardó en reaccionar, —Te llamará la atención que tenga el cabello tan corto. No te preocupes, es natural que así sea. Tuve un grave accidente de tráfico que afectó a mi cabeza y para la operación tuvieron que raparme al cero, pero me han prometido que crecerá. — Sonrió nerviosa, en un gesto ensayado para disimular lo desnuda que se sentía sin la melena de cabello negro que ya no podía lucir. Sentía que parecería rara a la vista de la gente y que se le veían unas orejas horribles. Su madre siempre le decía, para consolarla, que con esos ojos tan grandes y expresivos nadie se fijaría en su falta de cabello; pero ella sabía que su madre mentía. Fue precisamente Fifa, quien llegó a su casa, un par de días después de que le dieran el alta, con la gorra vaquera que ahora vestía. Al principio se la caló hasta las cejas, pero al final se dejó aconsejar por su superamiga y aprendió a colocarla de un modo muy estiloso que terminó por gustarle.
El camarero, con una voz muy varonil, se acercó a la mesa y ellos pidieron algo para beber. La cita continuó sin nada llamativo hasta el momento en que Laura, sacó de su enorme bolso de punto una cámara polaroid, de esas que te daban la fotografía al poco de hacerla, y que tras agitarla para que le diera el aire, se veía cómo había quedado la foto. Rogó al camarero que les hiciera una juntos y tras abonar la cuenta se marchó.
A la semana siguiente, Laura volvió a quedar con otros dos chicos en la Cafetería Florida. Se repitió el mismo proceso en ambas citas: ella quedaba con un desconocido; en ambos casos ella volvió a llevar la voz cantante en la conversación; el camarero de voz varonil atendió su mesa; y las dos finalizaron al poco de hacer una foto a la pareja.
Cada semana se incrementaba el número de citas y los camareros de la Cafetería Florida ya asistían curiosos, desde sus ocupaciones, al devenir de cada una de ellas. En los momentos en que había menos clientes hacían conjeturas sobre la extraña chica de cabeza rapada que las protagonizaba; se preguntaban si se trataría de un entretenimiento juvenil, tal vez una absurda apuesta perdida por la chica que la obligaba a quedar con todos los miembros de un equipo de fútbol o con todos los clientes de un gimnasio; pues si algo tenían en común los chicos, era su cuerpo atlético y bien formado, además de su timidez a la hora de hablar.
A la tercera semana hubo un cambio en la rutina de las citas: Laura llegó a la cafetería media hora antes y lo hizo en compañía de Fifa. Se sentaron en una mesa algo alejada de la que siempre usaba Laura. El camarero de voz varonil, se acercó a preguntarles qué deseaban tomar y, cuando volvía para servirles los cafés que habían pedido, la bandeja cayó al suelo e hizo un nuevo piquete en el siempre brillante mármol blanco. Laura se tomó el suyo y salió de la cafetería, de la que no había salido Fifa, para volver pasado un tiempo, tras asegurarse de que el chico con el que había quedado ese día ya había llegado. Los camareros asistían muy atentos a cada uno de los movimientos de la chica; se miraban entre ellos: a uno se le cayó al suelo una bandeja con un cortado y un suizo con mantequilla; otro de los camareros tropezó con una señora que portaba un caniche y vestía un sombrero a juego con el perro. ¿A qué se debían los cambios? ¿Tendría algo de especial el chico de la cita de hoy? ¿Será el definitivo?...Parecían preguntarse unos a otros con las miradas.
Tras pedir que le hicieran la fotografía de rigor, Laura salió de la Cafetería como en cada una de las anteriores ocasiones. Fifa llamó al camarero, quien acudió con la cuenta sobre una bandeja, charlaron durante un periodo de tiempo no muy largo antes de salir a la carrera en busca de su amiga.
Lo que no sabían los camareros de la Cafetería Florida, es que la noche en que encontraron a Laura tirada junto a  una carretera comarcal no era la única herida; no muy lejos de su cuerpo y dentro del SEAT 127 con el que se salieron de la vía, se encontraba el cuerpo del chico al que había conocido aquella fatídica noche y al que permitió llevarla a casa tras salir de la discoteca; tampoco sabían que cuando de madrugada, las familias de uno y otro coincidieron en el hospital mientras ambos eran intervenidos en el quirófano, tuvieron una discusión muy visceral en la que los unos responsabilizaban del accidente a los otros y viceversa; asimismo, desconocían que cuando pasados unos días Laura volvió a despertar, había perdido la memoria casi por completo y por supuesto no recordaba nada de lo sucedido aquella noche, y lo padres no hicieron intento alguno por hacer que recordara al chico que conducía el SEAT 127; desconocían que Fifa había salido aquella noche con Laura y que si se separaron fue porque había quedado en la discoteca con otro chico, y que por esa razón se sentía culpable de lo sucedido a su amiga; tampoco sabían que Fifa, aquella noche antes de despedirse, había sacado su polaroid del bolso y había pedido a una camarera que les hiciera una fotografía a las dos parejas. Aquella fotografía se convirtió en el recordatorio de que había abandonado a su amiga; pasó horas, días y semanas completas con la fotografía en los bolsillos.
Pero Laura despertó. Al principio casi ni hablaba; Fifa tardó un par de semanas en atreverse a visitar a su amiga en el hospital. Cuando por fin lo hizo y la vio con la cabeza totalmente vendada y con problemas de coordinación que le impedían incluso caminar con normalidad, se le partió el alma: pero Laura la recordó y sus ojos se llenaron de luz y alegría por ver a su superamiga. Se abrazaron mientras Fifa no dejaba de llorar hasta terminar fundidas en una risa dulce y emocionada. A partir de ese momento no se separaron. Fifa se convirtió en las muletas de su superamiga, cada día tras terminar las clases en el instituto iba directa al hospital. Contaba a su amiga cosas como: los cotilleos de los compañeros de clase; el nuevo peinado de la profesora de literatura; el nuevo tema que acababa de sacar Madonna…etc
Fifa llegó hasta la altura de Laura cuando esta ya iba a entrar en el portal de su edificio. Laura se mostraba nerviosa, inquieta e ingenua por haber hecho caso a la recomendación de su superamiga. Subió hasta su casa y se metió en su dormitorio, seguida por Fifa, para hacer lo que había hecho tras cada una de las citas: en un panel de corcho clavó con una chincheta la foto que acababan de hacerle junto al chico. Lo señaló para mirar a su amiga y decirle:
— ¡Me has engañado! Me has tomado el pelo y yo he hecho el ridículo como una idiota. Tengo montones de fotos con chicos a los que no he visto en mi vida y a los que no volveré a ver; chicos que me miraban con cara rara y que me han hecho sentir mal; chicos que no mostraban interés alguno por mí. ¡Nunca me he sentido tan humillada! Cuéntame qué has hecho. ¿Les pagabas para que quedaran con tu amiga la retrasada?—Laura hizo una pausa para recuperar la voz, pues un llanto pleno de dolor e impotencia  le impedía hablar y gritó— ¡Todo para nada!—Antes de romper de nuevo a llorar.
Fifa abrazó a su amiga; hizo que se sentara en la cama junto a ella para intentar darle algo de consuelo. Mientras lo hacía recordaba el día en que Laura encontró dentro de su carpeta la foto que se hicieron la noche del accidente; recordó que su amiga le dijo que había soñado con el chico que la acompañaba en la foto mientras estaba en el hospital y que no dejaba de preguntarse quién era o por qué razón no había ido a visitarla durante su convalecencia; recordó cómo tuvo que mover cielo y tierra para intentar encontrarlo; y, que cuando lo hizo, se encontró con la sorpresa de ver que había sufrido graves heridas en el rostro y que esa había sido la principal causa de que no hubiera intentado volver a ver a la chica que, por un error de conducción, había salido despedida de su coche.  Cuando Laura se serenó, le dio un pañuelo con el que secar sus lágrimas; se puso en pie junto al panel de corcho lleno de fotografías de chicos que habían tomado café con Laura y con voz suave y de forma pausada, le dijo:
—Nunca te he mentido ni he pretendido que te sintieras mal. Lo único que he hecho ha sido intentar protegerte. Tú me hablabas del chico de la foto como si fuera el amor de tu vida, cuando yo sabía que sólo lo habías visto un par de horas. Tú me decías que soñabas con él, y realmente no conocías nada sobre quién es.  Por eso, sin decir nada a tus padres, lo busqué y hablé con él; así supe quién era realmente el chico de la fotografía. Recurrí a mi primo Manu para que pidiera a sus amigos del equipo de baloncesto que me echaran una mano. Te aseguro que antes de quedar contigo, cada uno de ellos habló antes conmigo, pues tenía que asegurarme de que trataran a mi superamiga como es debido.
—Pero, tú me dijiste…
—Te dije que te iba a organizar unas citas para que vieras al chico de la fotografía.
—Y no es ninguno de los chicos. —Protestó mientras señalaba al panel de corcho.
—Laura, el chico con el que tuviste el accidente se encuentra en todas y cada una de las fotografías.
—Es imposible, en cada una de ellas sólo aparezco yo con el chico correspondiente a cada una de las citas.
—Piensa en quién más estaba allí. — Fifa tiró de una de las fotografías y la puso delante de la vista de Laura —Visualiza el momento: es cuestión de perspectiva.

FIN


Relato publicado en el blog Cazando Talento

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