Los sabores del deseo
De
mi más tierna adolescencia viene el recuerdo que me evoca el sabor a chocolate.
Me transporta al deseo que suscitaba en los púberes del pueblo la chica de la
heladería. Era poco mayor que nosotros, de pelo negro y piel muy clara. Su
corta estatura la obligaba a inclinarse tanto sobre la vitrina para alcanzar la
cubeta del helado de chocolate, que dejaba sus incipientes y blancos pechos casi
desnudos, llegando a adivinarse la rosada aureola de sus pezones, que a causa
del frío, pugnaban contra la delgada
tela de la camisa blanca de su uniforme.
Carolina,
la chica de la frutería, me mostró la sensualidad que escondía el gesto de
comer uvas con queso. Hembra guapa de cabello castaño, ojos de gata egipcia y
piel morena. Me llevaba los años justos para ser una mujer cuando yo no pasaba de ser un adolescente
acosado por el acné. Una tarde en que fui a comprar una sandía con la que
refrescar la cena en aquel tórrido verano, Carolina, sabedora de la atracción
que provocaba, me miró con esos ojos tan grandes, me sonrió y me dijo mientras
con su mano me ofrecía una uva y un trozo de queso:
—Uvas
con queso saben a beso.
Desde
entonces, cuando mi paladar saborea uvas con queso, pienso en el sabor de los
besos que tanto deseé dar a la chica de la frutería.
Eva
fue la chica que me enseñó el sabor a tabaco. En los descansos entre clase y
clase, mientras los vagos terminábamos las tareas del día anterior o
repasábamos para un examen que vendría a continuación, otros salían al pasillo
a fumarse un cigarro; entre estos últimos se encontraban Eva y su grupo de
amigas. Un día, en el descanso que había antes de la última clase del día, salí
al pasillo y me acerqué al grupo de chicas sofisticadas. Aún desconozco si las
amigas de Eva la dejaron sola por huir de mí o por evitar que yo me enterase de
que Raquel estaba loca por Álvaro Cifuentes, cosa que era vox populi para todos
menos para el interesado, como suele suceder en estos casos. La cuestión es que
me quedé a solas con Eva junto a la ventana. Ella tenía el cabello claro, los
ojos ligeramente achinados, labios finos y una voz aterciopelada; era una chica
dulce, de las que te apetece abrazar. Al no saber bien de qué hablar, acepté un
cigarro que me ofreció. Yo no fumaba y al darle la primera calada la tos me
puso en evidencia. Entre el ahogo producido por la tos y la vergüenza que
sentía, debí ponerme de todos los colores. Eva, cuando por fin terminé de
toser, se aproximó mucho a mí; situó su cara frente a la mía, a muy poca
distancia; acercó el cigarro a su boca y le dio una calada. Fue muy sensual el
modo en que lo hizo, como si besara al cigarro…
Hace
no mucho tiempo conocí a una chica fantástica. Es muy simpática e inteligente.
Siempre parece estar rodeada de alegría y de ganas de vivir. Es tierna y dulce,
sin dejar de tener un lado salvaje que la hace especialmente atractiva. Es
amiga de bibliotecas y de cafés aderezados con profundas e interesantes
conversaciones. Creo que es bonita, tal vez no encaje en los cánones de belleza
actuales, pero a mí me lo parece.
El
último día que la vi pude probar su sabor: ella es azul galáctico con un ligero
aroma a canela, envuelta en sonidos de “La
donna è mobile”.
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