En el que llegan a la finca de la sierra

Pasaron los kilómetros de autovía entre largos silencios; el juego de contar los números de las matrículas de los coches; el juego del veo veo; y destrozando canciones infantiles a voz en grito. Llegaron hasta el desvío hacia la carretera nacional y cambió el paisaje. Comenzaron a adentrarse en la montaña en la que se encontraba la finca de los Berenguer. Pese al frío, Nacho bajó un par de centímetros el cristal de su ventana. Le encantaba el olor a pino, a tomillo; a sierra. Allí había vivido los momentos más felices de su infancia; siempre fue el lugar al que iba para despejarse y para ser libre; el lugar donde acudía para refugiarse de la responsabilidad que suponía ser un Berenguer. Allí aprendió a cazar y a pescar junto a su padre. Pasados unos kilómetros, entraron en un camino flanqueado por un cartelito que indicaba que entraban en un coto de caza. Anita bajó del todo el cristal de su ventana; para ella era un día de fiesta; desde que era un bebé se emocionaba al llegar al camin...