Anoche




Anoche, mientras conversaba con mi almohada, le dije que la muerte me ronda. Le conté que había compuesto un poema en el que la Muerte me susurraba secretos al oído mientras bailábamos un último tema camino a un destino incierto. Le reproché haberse llevado a gente que aún no había completado su paso por el mundo; ella no dijo nada. Le pregunté si había llegado mi momento; ella se quedó callada.
Flotábamos sobre una elegante pista de baile y una mujer negra, gorda, que vestía una túnica negra que emitía destellos de luz brillante, rompía el silencio con un canto desgarrador.
Una cucaracha cruzó por la barra del bar. Siempre hay una barra, pero en esta ocasión no había bebida.
Yo lo intenté, pero no logré ver su mirada. Acerqué mis labios a su oreja derecha para preguntarle si los sueños que me visitan sin llamar a la puerta, en los que veo mi entierro una y otra vez, y en los que siempre faltan las que más amé, son premonitorios o son un aviso para que cambie algo en mi vida; la Muerte volvió a callar.
Conté a mi almohada que como acostumbro a hacer, rompí el poema tras escribirlo.
Por cierto, la Muerte es bella y seductora. Es una rubia de piel clara y fría como el cristal, que con su baile y sus ininteligibles susurros nos atrae como las sirenas atrajeron a Ulises...Él escapó por saber que lo esperaba Penélope.
¿A quién tengo yo para que no me quiera ni la Muerte?
A mí me salvó el alba.

José Luis López Recio




Fotografía de José Luis López Recio

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