Un sábado por la mañana




Un sábado por la mañana más o menos a esta hora, mi padre nos sacó de la cama a mi hermano y a mí y nos montó en el coche. Salió de Pinos por la carretera que conduce a Tiena y a Moclín y paró en un sitio donde lo único que había era espacio donde dejar el coche. Cruzamos el río por un viejo puente y subimos por un cerro. Era marzo y la mañana era fresca, la verde hierba se elevaba por encima de mis rodillas. Llegamos a una casa pequeña que parecía abandonada. A unos veinte metros llamó a voces al dueño, un hombre mayor al que recordaba a lomos de su Derby en la que siempre había una azada atravesada. Salió a recibirnos y nos invitó, casi sin palabras a entrar en el interior. Nos dijo que tuviéramos cuidado y que no hiciéramos movimientos bruscos: en un rincón de aquella vieja casa que hay sobre un cerro, vi por primera vez una camada de perros recién nacidos.

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