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Mostrando entradas de enero, 2011

El regreso del señor de la casa

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Como sucedía cada amanecer, Carlos Herrera la despertó de sus sueños con una carga de caballería, mientras clamaba en voz alta para despertar a los camastrones que aún permanecen despiertos a las siete de la mañana. – “¡Arriba camastrones! ¡La hora del almuerzo os pillará en la cama!”-. Se levantó y fue a asearse antes de bajar a desayunar. Al llegar a la cocina, se encontró con Angelines, que ya esperaba junto a Oscar, que la cafetera terminara de hacer el primer café de la mañana. - ¡Buenos días! – Saludó la joven. - ¡Buenos días Virtudes! Has llegado justo a tiempo de ayudarme a preparar las tostadas. Hoy no tenemos prisa, la señora aún duerme y hoy le toca ir a nadar; de modo que se irá sin desayunar. Virtudes se dirigió directa al frigorífico y sacó un tomate; lo lavó bajo el grifo y lo dejó en un plato mientras sacaba un pequeño cazo, que tras llenar de agua puso a calentar en la hornilla. Una vez comenzó a hervir el agua, metió el tomate, que dejó medio minuto en su interior ant

En el que nuestra perrita comienza a llamarse Brisa

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La joven, con una sonrisa en los labios provocada por la sensación de saberse objeto de la admiración del hijo del librero, cerró el grifo y se secó antes de vestirse. Salió del cuarto de baño y se dirigió a su dormitorio. Al pasar junto a la habitación en la que había dejado a la camada, decidió entrar para echarles un vistazo y asegurarse de que se encontraban en buen estado. Abrió la puerta, no sin cierto recelo, y encontró en su interior a la pequeña Ana. Estaba sentada en el suelo junto a los cachorros. Sara, que había dado buena cuenta de la comida, ahora dormitaba mientras daba calor a su prole. - Hola Ana ¿Me puedes decir qué haces a estas horas levantada?- Preguntó Virtudes en voz baja. La niña no respondió ni dio señas de haber escuchado la pregunta, por lo que la criada volvió a preguntar con idéntico resultado. Se acercó más a ella. La niña se mecía de modo casi imperceptible mientras tarareaba una nana: “Ea, mi niña ea. Mamá te cuida, jamás te deja” La repetía una y otra v

Sobre la accidentada noche que pasó Virtudes

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Virtudes, muy sorprendida, encontró ante sus ojos una enorme mano de niña, adornada con una pulsera hecha a mano con lana de varios colores, en la que el amarillo y el verde se mezclaban en una trenza de dimensiones inimaginables. Su corazón comenzó a palpitar con fuerza; podía sentirlo como si quisiera salirse del pecho. Esperaba la visita furtiva de su amante desconocido, o tal vez a la cocinera o al mayordomo; pero ¿Una mano gigantesca? Jamás se le hubiera ocurrido encontrarse con semejante sorpresa. La mano se apartó lentamente de la puerta, hasta la que se acercó una enorme cara. ¿Qué sucedía? Esos ojos, esa nariz, esa forma de caerle el cabello por la sien… ¡Se trataba de la cara de Anita! La Anita de dimensiones gigantescas sonrió al ver a Virtudes; introdujo su dedo índice por la puerta y lo acercó al cuerpo de la joven criada, que asustada, permaneció inmóvil. La niña acarició a la joven sin dejar de sonreír. Lo hacía con cariño y mucho cuidado. De repente, la expresión de la